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Los cuatro hermanos: decisión

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Blurb

Los cinco reyes gobernaban con mano de hierro su reino, por ello infundían terror a sus súbditos. Además, la gente de Nemeton era instruida para odiar, robar… se les enseñaba a ser lo que en otros reinos se llamarían malas personas. Esos súbditos al no conocer otro modo de vida vivían aterrorizados y en continuas peleas y disputas.

A los reyes les gustaba saquear y conquistar diferentes pueblos y reinos, pero había uno en particular que se les resistía de modo que decidieron enviar a sus aprendices, los cuatro hermanos, a conquistarlo.

Esta es la historia de esos cuatro hermanos.

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CAPÍTULO 1
Avery La reunión para el plan de ataque empezaba en diez minutos, pero yo ya estaba ansiosa. Llevábamos en esta pocilga veintiocho días y planeando una forma de entrar en Lalibea cuatro años. Prácticamente desde que Hécate se frustró al no poder someter al reino y nos exigió que demostrásemos ser dignos de todo lo que se nos había dado. Durante todo este tiempo mientras buscábamos formas de cernirnos sobre Lalibea, habíamos saqueado y enviado a diferentes pueblos y reinos nuestra legión, saliendo siempre victoriosos, pero eso no era suficiente para ella, quien cada vez se impacientaba más. No era fácil de contentar y los métodos que tenía para relajarse no es que fuesen de mi agrado, ni del de mis hermanos, por lo que cuando volvió de convertir un reino entero a cenizas, decidimos que lo mejor era irnos, hasta que consiguiésemos una forma de entrar. El plan no le gustaba, ya que por mucho que nos odiase le gustaba tenernos cerca para relajarse, pero deseaba con tantas ganas que Lalibea cayese que accedió a darnos veintiocho días acabando hoy el plazo. Hécate era la reina por antonomasia de Nemeton, aunque este tuviera cinco reyes; Lilit, Mirh, Clarcke, Abraxas y Hécate. Ella gobernaba, pues era con diferencia la más fuerte y poderosa, también era la más sanguinaria y la que más disfrutaba con el dolor. Mis hermanos y yo crecimos en el castillo, desde pequeños se nos enseñó el arte de la guerra, a cómo pasar desapercibidos, cómo matar a un adversario utilizando tanto sus puntos débiles como los fuertes… Aprendimos de los cinco reyes, a los que no podíamos admirar, pero sí respetar. Por norma general todo solía ir bien hasta que ella se enfadaba o creía que no habíamos progresado tanto como debiéramos y nos enviaba a la sala de castigos. Jamás podré olvidar ese sitio, en parte, porque aunque ya había demostrado ser digna y ya tenía mi propia legión junto a mis hermanos, lo seguía visitando, todos lo hacíamos, pues Hécate no era fácil de contentar. Por eso necesitábamos entrar en Lalibea, debido a que ni siquiera los cinco reyes habían conseguido entrar, si lo hacíamos, obtendríamos su reconocimiento, aunque dudaba que nos dejaran en paz. Pero el tiempo se nos acababa, necesitábamos algo que entregarles, teníamos que ofrecerles algo que les obligase a darnos más tiempo. Todo dependía de que esta reunión saliese bien. —Espero que el plan de ataque sea suficiente y que podamos arrasar la ciudad pronto —interrumpió una voz a mis espaldas. Me sobresalté, estaba tan ensimismada que no me había dado cuenta de que había un intruso en mi tienda, aunque no me sorprendía no haberme dado cuenta. Ya que esa voz era la de Eve. Miré a la derecha y la vi, Eve poseía un pelo n***o con destellos celestes y unos ojos azules oscuros, era alta y esbelta. Debido a su cara de ángel, la gente nunca se imaginaba que pudiese estar corrompida por dentro, nadie llegaba a imaginarse lo que le encantaba utilizar a la gente, sobre todo a los hombres, a los que acostumbraba a poseer para luego destrozar. Aún y todo, también tenía un lado dulce que no solía mostrar a nadie excepto a nosotros, sus hermanos. —Maxon se mostraba impaciente por reunirnos cuanto antes así que estoy segura de que así será —le dije mientras me acercaba a ella y le besaba en la mejilla. Me encantaba estar cerca de ella, éramos cuatro hermanos, dos chicas, Eve y yo, Avery, y dos chicos, Maxon y Nero. Aunque estaba muy unida a todos, Eve al ser la pequeña era a la que más protegíamos. —Me encantaría acabar con este reino de una vez por todas —comentó mientras sonreía— y me encantará acabar con la reina. Me han dicho que la corona que lleva es una de las joyas más exuberantes del mundo. —Entonces será tuya —le contesté mientras terminaba de calzarme. Eve tenía debilidad por las joyas, por todo lo brillante y la ropa bonita y cara. A mí en cambio, siempre me habían dado igual esas cosas. Me gustaba vestir de n***o o rojo ya que simbolizaban la oscuridad y la sangre, además hacía que me viese más temible, siempre disfrutaba mucho cuando la gente se asustaba con solo mirarme, daba igual que no supiesen quién era, les parecía peligrosa y eso era lo que buscaba. Cuando terminé de vestirme con mi atuendo de siempre; una camiseta y unos pantalones negros, nos dirigimos a la carpa que habíamos estado utilizando para idear planes que siempre fracasaban. Cuando llegamos encontramos a Nero mirándose al espejo. De todos los hermanos él era el más presumido, su cuerpo era todo músculos, que junto con una corta melena negra y ojos azules hacía que muchas mujeres quisieran estar con él y le admiraran, cosa que a él obviamente le encantaba. A mí la mayoría de las veces me parecía gracioso, pero había veces que me hacía querer arrancarle la cabeza. —¿Por qué sonríes? —me preguntó Nero mientras me miraba por el espejo. —Quizás esta sea nuestra última reunión —le respondí encogiéndome de hombros. —Quizá, pero esa no es la razón hermanita, te conozco lo suficiente como para saber que estás pensando en algo malo —me miró directamente a los ojos acercándose a mí. —Estaba recordando la vez que no dejabas de fanfarronear de tu cuerpo y decidí darte una lección —respondí sacándole la lengua. —Menuda lección más mala le diste —indicó Maxon entrando en la carpa con uno de nuestros generales, llamado Stuart. Maxon era el hermano mayor, además de ser el más alto, poseía un pelo n***o con ojos verdes y una musculatura fuerte que contrastaba con el 1,65 de pelo rubio con ojos marrones que era Stuart—. ¿Stuart sabes lo que hizo Avery? —No, señor —contestó este mientras se sentaba en una silla de la mesa. —Cuando eramos pequeños, Avery se cabreó tanto con Nero por ser tan coqueto y no fijarse en las lecciones que decidió embrujar los espejos —explicó Eve riéndose. —¿Embrujar? —preguntó Stuart notablemente perdido. —Hizo que cada vez que Nero se mirase en uno de esos espejos, le saliera un grano —explicó Maxon entre risas mientras se sentaba en la mesa—. Al final del día terminó con el cuerpo lleno de bultos. —Solo estaba probando lo coqueto que era Nero —me encogí de hombros uniéndome a ellos en la mesa. —No considero que eso sea una lección muy dura —dijo Stuart frunciendo el ceño desde su asiento. —Lo primero, tenía unos ocho años por lo que mi imaginación tenía un límite en cuanto a los castigos —le expliqué a Stuart—. Y segundo, esa no era la lección. —La lección era que durante una semana tuviese que bañarme en estiércol para que los granos desaparecieran —señaló Nero poniendo mala cara. —Y no un estiércol cualquiera —siguió Eve, riéndose a carcajada limpia—. Tenía que ser una mezcla de cerdo, vaca y perro, y por supuesto tenía que frotárselo bien. —Eras mala incluso de niña —murmuró Stuart entre risas— esa lección fue asquerosa. —El hecho de que estéis aquí de risas significa que quizá no fuese buena idea enviaros —reconocía esa asquerosa voz—. Quizá deba informar a los demás reyes. En ese momento Abraxas entró por la puerta, después de Hécate era una de las personas más temidas tanto por su actitud como por su aspecto. Era muy alto y robusto, pesaría fácilmente 120 kg de puro músculo. Él sabía que era fuerte por eso le gustaba atrapar a sus víctimas y atacarles con sus propias manos, consideraba que cortar la cabeza a alguien era de cobardes, para él lo mejor era partirle el cuello con sus propias manos. —Solo estábamos esperándote —le informo. Con el paso del tiempo había aprendido que a la única que debía temer de verdad era a Hécate, debido a que como éramos muy valiosos no nos matarían, al menos él no. Aunque eso no significaba que no fuese a lanzarse por encima de la mesa para golpearme por mi insolencia. Por suerte, Eve y yo pensamos lo mismo de modo que trato de distraerlo, con éxito. —Atacaremos el reino Lalibea dentro de poco —indicó mientras se sentaba en una de las sillas. —Eso no me sirve —contestó él mientras empujaba una silla y se sentaba—. Se os dio un tiempo y lamentablemente se ha agotado. —Ha sido poco tiempo considerando que ni siquiera vosotros pudisteis acceder al reino —me envalentoné. —Ten cuidado con lo que dices niña, deberías centrar esa insolencia en idear alguna manera de entrar —me respondió cabreado. —El único problema que tenemos reside en la barrera y creemos haber encontrado una solución —cuando Maxon mencionó esto la cara de Abraxas se iluminó. —Entonces mandaremos a nuestra legión a apoyaros —proclamó Abraxas mientras se levantaba ahora feliz por la información dada. —No —le contestó Maxon haciéndole sentar otra vez—. Hemos de ser discretos, es una operación para unos pocos. —¿A qué te refieres? —preguntó éste conmocionado. —La barrera solo se puede romper por dentro —expliqué mientras me movía para sentarme en el lado opuesto a Abraxas. —Habéis dicho que teníais una manera de romper la barrera —respondió Abraxas exasperado. —Cierto, pero no la romperemos, en cierto sentido la rasgaremos y una vez dentro haremos que poco a poco pierda su poder hasta que caiga —explicó Nero, y aunque ese era nuestro plan aún nos faltaban un par de cosas por resolver—. Pero para ello necesitamos más tiempo. —¿Cuánto más? —preguntó pensativo. —Al menos cinco días —respondió Maxon. —Serán dos —contestó él de inmediato. —Eso es muy poco —dije irritada mientras me levantaba de la silla. —Si no aceptas mis dos días ve a pedirle a los demás que te den un plazo. Niña, tienes suerte de que yo esté aquí y no ellos —me amenazó el estúpido de él. —Déjales al menos cuatro días —dijo Mirh entrando en la carpa. Mirh era otra de las reinas. Poseía unos ojos azul zafiro y un cabello castaño oscuro—. Si lo que dicen es cierto y consiguen entrar, habrán logrado algo que ni siquiera nosotros hemos conseguido, de manera que hemos de concederles algo más de tiempo. Gracias a la Diosa Sha también había venido Mirh, ella era la voz de la razón entre los cinco reyes, y aunque no se le podía describir como una persona cariñosa al menos nunca nos había puesto la mano encima en un arrebato, y la mayoría de las veces solía defendernos. —Está bien, tenéis cuatro días para empezar con la operación, si no vendremos a por vosotros y seréis castigados —amenazó Abraxas mirándonos a cada uno—. ¿Lo habéis entendido? —Sí, señor —contestamos los cuatro al unísono. Después de esto, Abraxas, Mirh y Stuart partieron hacia el reino a informar al resto de los reyes del trato. —Espero que los demás estén de acuerdo en el aplazamiento —murmuró Eve inquieta mientras se mordía las uñas. —No, no te preocupes por todos, preocúpate por Hécate —increpé mientras rodaba los ojos— Eve, las uñas. —Sí, lo siento —se disculpó está nada más soltarlas. Cuando se ponía nerviosa siempre se las mordía. —Avery, aunque ella tenga mucho poder los demás la persuadirán —observó Nero mientras salía junto a Maxon de la carpa. —Ella no es tonta y desea esto demasiado, si Abraxas y Mirh, nos han dado más tiempo es porque realmente creen que tenemos una oportunidad —expuso Maxon. —Como si convencer a Mirh fuese algo muy complicado —repliqué yo saliendo detrás de ellos junto con Eve. —Es cierto, pero ahora no podemos hacer nada, si mañana a la mañana seguimos vivos y de una sola pieza significará que han aceptado —espetó Eve. —Propongo no hacer nada hasta mañana —expuso Nero mientras estiraba los brazos con gesto de cansancio. —¿Por qué no dejas la vaguería de una vez? Tenemos cosas muy importantes que hacer —repliqué yo mirándole con mala cara. —Sí, y para hacerlas necesitamos mapas, algunos brebajes y estar al cien por cien, así que comamos, descansemos y empecemos mañana con todos los preparativos —respondió Nero. —Creo que será lo mejor —dijo Eve bostezando—. Yo estoy cansadísima, dudo poder hacer siquiera un hechizo simple. —Coincido con Nero —le dio la razón Maxon, mientras todos se giraban para mirarme. Aunque fuésemos hermanos e hiciésemos todo lo que la mayoría dijese, mi opinión contaba mucho, pero al final siempre acababa respetando lo que la mayoría decía. —Está bien, descansemos —me di por vencida—. Pero mañana a primera hora dejaremos todo preparado para el ataque, no nos han concedido mucho tiempo, y no quiero volver con las manos vacías.

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