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Falsa Identidad

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Blurb

Una guerra interminable, trampas que me sujetaron, necesito salir de aquí aunque sea arrastrándome.

Una hermosa boda de color blanco termino manchada de color rojo. El día más feliz de mi vida se convirtió en tragedia, atándome al pasado y viviendo una falsa vida que todo mundo me oculta. No sé quien soy, yo no soy Aina Ivanova.

El amor es una estúpida palabra de cuatro letras, tus palabras son como disparos. Estoy sangrando de amor.

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Capítulo 1
¡Que ironía! Siempre en las bodas él novio es el que espera a la novia en el altar, en mi boda es al revés. Me encuentro frente al altar en espera del novio. Han pasado diez minutos, sé que es poco tiempo, pero en esta ocasión no, es desamasado tarde. Los pocos invitados empiezan a murmurar entre ellos por el retardo del novio poniéndome más nerviosa. No tengo como comunicarme con él, el celular lo dejé en casa. Pasan más minutos y aumenta mi ansiedad; él no llega, me prometió llegar a tiempo. Estoy demasiada enojada, me inquieta el nerviosismo y me muero de vergüenza por dejarme esperando. El sacerdote frente a nosotros se ve desesperado, lo entiendo, después de esta ceremonia él tiene otra boda que bendecir, la espera no lo beneficia. «No quiero a largar esto, él no llegara», pienso desanimada. Con vergüenza volteo a ver a los pocos invitados y me disculpo de la manera más honesta, con poca fuerza hablo lo más fuerte que puedo; la boda se cancela. Los invitados molestos y uno que otro preocupado se van del recinto y de la misma manera lo hace el sacerdote. Enojada, tiro el ramo de flores blancas en la decorada alfombra de terciopelo rojo que con mucha paciencia escogí para este increíble día. Subo al auto y manejo hasta llegar a casa. Al llegar lo primero que hago es buscar mi celular que se encuentra en nuestra habitación. Lo tomo y lo desbloqueo, veo la cantidad de llamadas perdidas que tengo por parte de él.  De nuevo el celular comienza a vibrar, es una llamada de él. No dudo en hacerlo y contesto. —¿Por qué no llegaste? —le reclamo molesta. Quiero llorar, estoy muy enojada. Nunca pensé que me haría esto, nunca se lo perdonaré. Escucho su pesada y agitada respiración, algo pasa. El coraje se remplaza por preocupación. —¿Estás bien? ¿Qué pasa? —me pongo en alerta. —Lamento no llegar —trata de controlar su respiración, está alterado. —Por favor tranquilízate —trato de calmarlo, aunque yo estoy igual de angustiada.   —Linda, recuerdas que te dije que en mi trabajo es peligroso. Recuerdo cuando me lo dijo. Recuerdo cada una de sus palabras. (…) Linda, mi trabajo me otorgó una misión riesgosa. Ellos necesitan que yo haga este trabajo, pero el riesgo es que nos busquen. Tienes que estar en alerta, el día en que te llame más de tres veces al mismo tiempo, eso significa peligro, pase lo que pase debes correr y esconderte lejos. (…) Aquel recuerdo de su advertencia me alarma al saber que él corre peligro, incluso yo. —Las recuerdo. —Ahora mismo estamos en peligro. No tengo mucho tiempo, necesito que en una mochila guardes el dinero que tengo en la caja fuerte. En veinte minutos voy por ti, quédate en la casa. No dice más y termina la llamada. Rápidamente remplazo mi blanco vestido, no tengo tiempo para remplazar la lencería, no en esta situación. Me quito el vestido y me pongo unos jeans de mezclilla con un suéter y mis tenis; rápidamente busco una mochila, bajo al sótano para abrir la caja fuerte y pongo la contraseña. Sé cuál es la contraseña, pero nunca he abierto la caja fuerte, solo con la autorización de Leo. Sorprendida por la gran cantidad de dinero, sin reprochar o crear preguntas innecesarias en esta situación comienzo a meterlo en la mochila. Termino, cierro la caja fuerte y luego la mochila, subo de nuevo y por sorpresa en la sala me encuentro con mi novio. Me preocupo al ver los golpes y moretones en la cara, su traje de novio que le mande hace unos días está sucio y mal acomodado. Preocupada, me acerco y lo abrazo con delicadeza, al momento de hacerlo se queja de dolor. —¿Qué te paso? —No es momento de explicaciones. Tenemos que escapar —asiento ante su desesperación. Leo agarra la mochila y se la pone en sus hombros, me toma de la mano y salimos de la casa sin tomar nada de pertenencias. Observa el camino y partimos, subimos al auto y comienza a manejar sin dejar de mirar a sus alrededores. —Me puedes decir que pasa —necesito una explicación. Tanta intriga me altera. —Me están siguiendo y por lo tanto te siguen porque estás conmigo. —¿Por qué? —Linda, ahora no por favor, estoy salvando nuestras vidas. Te amo y no voy a dejar que te hagan daño. —Leo te... No termino mis palabras por el impacto de las balas que vienen de atrás. Leo de inmediato toma mi cabeza y me agacha para no recibir un balazo. Aumenta la velocidad y más disparos se hacen presentes. Leo trata de esquivarlos mientras trata de concentrase en manejar. Tengo miedo y no sé qué está pasando, a qué nos estamos enfrentando. Aumenta más la velocidad tratando de perderlos de vista a las personas que nos disparan. Los disparos son con más frecuencia logrando herir a Leo en su brazo derecho; me levanto preocupada, pero él me lo impide. —No te levantes, estoy bien —trata de hablar sosiego para evitar que me alteré. Acepto su mando, aunque temo por la cantidad de sangre que sale del brazo. Busco algo para detener la sangre, recuerdo que en mi cintura tengo una liga de encaje que es parte de la lencería. Rápidamente levanto mi sudadera y con fuerza rompo la liga despojándola de mi cintura, me levanto un poco y enredo la cinta en su brazo apretando lo más fuerte posible. De una movida, Leo bruscamente da la vuelta haciendo que golpee mi cabeza con la puerta de auto y de inmediato los disparos se detienen. No quiero arriesgarme, así que me quedo en mi lugar. —Ya los perdí —avisa segundos después. Me tranquiliza saber que ya no nos persiguen. Leo no se detiene y sigue manejando. No me doy cuenta de cuánto tiempo maneja, el cansancio me vence y me quedo dormida. *** Escucho la voz de Leo llamarme por mi nombre, de repente siento el aire frío golpear mi cuerpo traspasando mi ropa al abrir la puerta. —Linda, baja. Estamos bien aquí —dice. Acepto su mano y con cuidado bajo del auto. Mis piernas me duelen por estar en la misma posición, me cuesta trabajo levantarme, con su ayuda puedo sostenerme. Leo toma la mochila y me ayuda a caminar. No reconozco el lugar, lo observo, pero no logro reconocerlo. Me deja en una de las bancas del pequeño edificio, habla con el señor encargado de la recepción y le dan una cantidad de dinero, el señor acepta y le da la llave; supongo que rento una habitación. Me llama con su mano, me levanto de la banca y me aferro a su brazo. Subimos por las escaleras hasta llegar a nuestra habitación asignada. El edificio no es lujoso, pero es adecuado para brindar un buen servicio. Introduce la llave, se abre la puerta y me deja entrar primero. Es una pequeña habitación con una cama y unos pocos muebles. Escucho como Leo se queja, recuerdo su herida y me acerco para auxiliarlo. —Debemos de curarte eso —miro la mancha rojiza en su camisa. —Tranquila, hablé con el encargado, en un momento trae un botiquín de primeros auxilios. Con dificultad se quita la cinta y luego la camisa dejándome ver su herida. Se ve que solo rosó su piel, no profundizo, me alivia que no fuera grave. El sonido de la puerta nos alerta, Leo se levanta y de su saco saca un arma alarmándome del por qué tiene eso con él. Cuidadoso se acerca a la puerta y revisa por el pequeño orificio de la puerta, al ver de quien trata abre la puerta guardando su arma en su pantalón. El señor de la recepción le entrega una caja de primeros auxilios, le agradece y cierra de nuevo la puerta con seguro; con lo que trajo el señor le limpio la herida y después la cubro con vendas. Terminando me siento aun lado de él sobre la cama. —Lamento interrumpir nuestra boda —se disculpa. —No te preocupes. Anteriormente estaba enojada. No sé qué pasa, pero en estos menos lo de menos es la boda. —Claro que me preocupa. Linda, sabes lo mucho que anhelo que nos casemos. —Yo también lo deseo mucho —me sincero. Sujeta mi rostro entre sus manos y pega su frente con la mía, sus claros ojos se fijan en los míos. —Te prometo que saliendo de esto nos casaremos y nos iremos lejos de aquí. —¿Me lo prometes? —Te lo prometo —se aleja y besa mi frente —Te amo, Aina. —También te amo. Toma mi barbilla y junta nuestros labios. —Perdón —se disculpa de nuevo. Miro su rostro, está como el primer día que lo conocí cuando el montaba a caballo y yo recogía las frutas de los árboles; desde ese momento me cautivaron sus claros ojos, desde ese día en ambos se incendió la chispa de la atracción; él me hablo y comenzamos a vernos a escondidas. Me cerco de nuevo a sus suaves labios; el recuerdo me remueve los sentimientos asegurándome de lo que siento por él. A cada segundo se aumenta el beso, sus largas manos recorren mi cintura y acarician mis piernas, las que tanto le gustan. Envueltos en la lujuria me quita la ropa y de la misma manera le ayudo a quitarse la ropa. Sus embestidas son lentas y profundas, son dulces. La habitación se llena de nuestros gemidos ahogados, nuestras pieles se rozan mezclando el sudor que desprende nuestros cuerpos. Las caricias que me brindan son el mejor toque que ha sentido en la piel. Me hace olvidar el mal momento que he pasado, me enfoco en lo que me hace sentir sus embestidas y sus manos. Lo mejor de todo es que lo tengo a él, Leo Mohammad.  

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