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Blurb

Edward y Marie eran polos totalmente opuestos. Eran como el día y la noche. Como el sol y la luna. Él, el frío y distante invierno; ella, la radiante y dulce primavera. Él, rebelde, solitario, un proscrito; ella, amable, cariñosa, un alma bondadosa. Juntos formaban el mayor cliché jamás visto, algo predecible, imaginable, presumible… ¿o quizás no?

Nada bueno nace de una mezcla tan explosiva. O quizás nazca la más bella de las historias. Un romance intenso, profundo, apasionado… vivo. Dos corazones latiendo a un mismo ritmo. Un hambre voraz de amor. Una necesidad de ser amados. Un apetito de desnudez, sensualidad, caricias, piel, besos… Y un ruego, un ruego porque todo aquello no termine. No termine nunca.

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Capítulo uno
« Marie » Sonreí nerviosamente, porque por fin había podido cumplir mi mayor objetivo desde que... bueno, desde que tenía memoria. Miré la pantalla del aeropuerto de San Francisco, donde ya se veía escrito "Londres". Me mordí el labio inferior, tratando de contener mi euforia. No era que no fuera feliz en mi casa, con mi padre y mi hermano. Simplemente necesitaba algo de libertad, sin estar controlada las veinticuatro horas del día por los dos hombres a los que tanto quería, pero que tanto me sobre protegían. Así que, tras mucho batallar con ellos, conseguí que me dieran permiso para irme a estudiar la carrera que quería en Londres. Una universidad privada, una buena residencia, y una chica adorable como compañera de cuarto... o eso esperaba. El sueño de cualquier adolescente. Después de un duro e interminable viaje en avión, y un trayecto más, aquella vez en taxi; llegué a la misma puerta de la residencia. Suspiré, con una sonrisa de nuevo, ya me dolían las mejillas de tanto sonreír, sin embargo no podía evitar sentirme tan feliz. Caminé, arrastrando como pude las dos grandes maletas que llevaba –donde solo tenía parte de mis cosas, ya que las demás llegarían por correo–, y fui hacia la recepción, donde una mujer mayor, con el pelo canoso y una sonrisa afable, me atendió. — Buenas tardes – saludé educadamente. — Hola, buenas tardes. ¿Puedo ayudarle en algo? — Sí, verá... Bueno, acabo de llegar aquí y no sé... uhm, nada – reí levemente –. No sé dónde tengo que ir, cuál será mi cuarto... — Oh, claro. Un momento – sonrió ella, mirando en una libreta –. ¿Eres Marie Grace? – preguntó, mirándome; yo asentí – Has tenido suerte, solo nos quedaba una plaza – me sonrió –. Bueno, tu cuarto es el número 21, está en esta misma planta, al final del pasillo. Esta es la llave – dijo, tendiéndomela –. Ésta de aquí es la del cuarto, y ésta es la del parking, tú tienes la plaza 21B – explicó, señalando cuál era cuál –. Bien, servicios: la lavandería pasa por ropa todos los miércoles y los sábados a las 7 p.m., puedes dejar la bolsa en el pasillo, frente a tu puerta. El gimnasio está abierto todos los días de 6 a.m. a 12 p.m.. El servicio de cafetería y restaurante está abierto las 24 horas, al igual que la biblioteca. Cualquier duda que tengas, los horarios de los servicios de la residencia están colgados en la puerta de tu cuarto, y puedes venir a preguntarme cuando lo necesites – me dijo dulcemente. Yo sonreí, agradecida. — Muchísimas gracias. Agarré, como pude, las llaves que me había tendido la mujer y me despedí de ella. Caminé por el largo y amplio pasillo, observando cada lugar con detenimiento. El lugar parecía tranquilo. Parecía... Ya que cuando me paré frente a la puerta de madera que tenía un "21" en metálico sobre ella, pude escuchar un estridente sonido viniendo de dentro. Probablemente era algún tipo de música heavy, o rock duro, puesto a todo volumen. Hecho que confirmé al abrir la puerta, ya que la música estaba tan alta que pareció golpearme. Con el ceño algo fruncido, tratando de soportar aquel infernal ruido, caminé adentrándome en un moderno y minimalista salón. Todo alrededor estaba decorado en blanco y n***o. Entonces, vi que en el sofá había un chico dibujando en un cuaderno. Parecía ni siquiera haberme oído entrar. Me fijé en él. Su cabello era algo largo, y bastante rizado, de un color castaño chocolate. Sus brazos, desnudos porque llevaba una camiseta de manga corta, estaban repletos de tatuajes. No me agradaba su aspecto. Me moví para quedar algo más cerca, a ver si así se percataba de mi presencia, pero estaba tan ensimismado, centrado únicamente en su dibujo, que seguía sin notar que ya no estaba solo. Intenté hacerle ver que estaba ahí aclarando mi voz en tono bajo, pero como la música estaba tan alta, ni siquiera me oía. Entonces me percaté de algo. Tenía que compartir la estancia con un chico, cosa que no me hacía ninguna gracia. Y menos compartirla con un chico así. « Edward » — ¿Hola? – oí de repente la voz de una chica, gritando por encima de la música. Me levanté y me giré viendo en la puerta a una chica. Estaba cargada con un par de maletas rosas enormes. Fruncí el ceño al observarla, no me gustaba. No me gustaba nada. Era algo baja, pero llevaba unos botines con tacón, muy altos. Iba vestida con una falda rosa y un jersey algo fino en marrón. Parecía una niña bien, estaba cien por cien seguro de que lo era. Su cabello era castaño muy claro, y muy largo. Y sus grandes ojos azules me miraban atentamente, buscando una respuesta. Yo la miré con desdén, por encima del hombro. No quería compartir cuarto con aquella niñata repelente. Agarré el mando del equipo de música y bajé el volumen hasta dejarlo al mínimo. — ¿Quién coño eres? – espeté duramente. No me gustaba la idea de que alguien que no conocía se quedara en mi cuarto. Y menos si era una niñata mimada y tonta. — ¿Quién te crees que eres tú para hablarme así? – dijo ella, indignada. Yo le eché una mala mirada, haciendo que ella inmediatamente se intimidara y apartara sus ojos de los míos. — No me toques los cojones, ¿quieres? – bufé, sentándome de nuevo en el sofá – ¿Por qué no mejor te largas a otro lado? — Ya me gustaría, te lo aseguro. Pero ésta era la última plaza libre. — Cállate, estúpida. No me interesa. — ¿Se puede saber qué he hecho para que me trates así? – dijo ofendida. ¿Es que no iba a callarse? — No me gustan las rubias mimadas y estúpidas. — ¡No soy rubia! – objetó – Y ni siquiera me conoces. ¿Cómo puedes saber si soy, o no, mimada y estúpida? — No me hace falta conocerte para saber cómo eres. Aquella chica, de la cual ni siquiera sabía el nombre, bufó y se alejó, haciendo ruido con sus malditos tacones contra el suelo de madera. Era un sonido realmente irritante. Tomé una larga y profunda respiración, intentando calmarme, porque debía compartir cuarto con ella desde aquel momento, así que la convivencia debería ser, al menos, soportable. « Marie » ¿Quién podía tener tan mala suerte? Definitivamente, solo yo. Dejé mis maletas en la habitación que había libre. Primero había entrado en la otra, la cual daba miedo. A parte de estar hecha un auténtico caos, lo cual debía reflejar la vida del chico que sería mi compañero hasta final de curso. Entonces me di cuenta de que ni siquiera sabía su nombre. Pensé en que debía ser un nombre de "chico malo", que se pareciera a él, algo como Diesel, Blaze o Hunter. Decidí dejar un tiempo para que se mentalizara de que ya no estaría viviendo él solo y luego tratar de empezar de cero, a ver si conseguía simpatizar con él. Así que empecé a deshacer las maletas, sacando algo de ropa y las cosas más esenciales, ya que realmente me daba pereza, después de haber estado tantas horas en un avión, deshacer ambas maletas. Por lo que cuando tuve ropa suficiente fuera, mi ordenador, y las sábanas para la cama, decidí ir a ver el resto del lugar. Primero fui a ver la cocina, era algo pequeña, pero más que suficiente para dos personas. Y más si éramos estudiantes e íbamos a pasar más tiempo fuera de casa que dentro. Ésta también estaba decorada en n***o y blanco, y los electrodomésticos eran bastante recientes. El baño era suficientemente grande, decorado en celeste y con muebles de madera marrón muy claro. Había una gran ducha muy moderna, con varios grifos. Entonces volví al salón, donde el chico seguía dibujando. Me acerqué a él desde atrás, viendo por encima de su cuerpo el papel de tamaño DIN A3, donde estaba dibujando con carboncillo un paisaje, de aspecto tenebroso. Había un gran árbol en el centro, con sus ramas movidas por un aire invisible. Abrí los ojos, sorprendida por la delicadeza artística que tenía aquel chico, no parecía el tipo de chico que tuviera aquel tipo de sensibilidad. Di la vuelta, para sentarme a su lado. Él no se dignó siquiera a mirarme. Por lo que, para llamar su atención, le quité uno de los auriculares. Él me miró violentamente, así que me hice algo hacia atrás, intimidada por aquella mirada penetrante. — ¿Qué coño quieres? – espetó duramente. Yo me encogí de hombros. — No sé, saber al menos cómo te llamas... – murmuré suavemente, sin querer que estuviera enfadado conmigo, aunque no tuviera razón aparente para ello. — Edward – dijo tajante. Yo me sorprendí, no tenía pinta de llamarse Edward, aquel era un nombre muy... bonito, y bien sonante, como para ser su nombre. — Yo me llamo Marie – le dije sonriendo, tratando de simpatizar con él ya casi como un acto desesperado. — No me interesa, zorra. Abrí mucho los ojos, sorprendida ante su vocabulario malsonante. Él se me quedó mirando a los ojos por un momento, con su rostro tenso e inmóvil. Parecía que ni siquiera estaba respirando. Su mandíbula estaba tan apretada que se veía afilada. Intenté mantener su mirada, pero estaba sintiéndome demasiado intimidada, así que la bajé hasta el suelo y me lamí los labios incómodamente. Le escuché dar una pequeña carcajada irónica y volvió a ponerse el auricular que yo previamente le había quitado, volviendo a concentrarse en su dibujo. Suspiré pesadamente, dándome por vencida. Estaba demasiado cansada para seguir discutiendo con él, e intentar que nos lleváramos bien, así que solo me puse de pie, coloqué bien mi falda y me fui a mi habitación. Me aseguré de cerrar bien la puerta y encendí mi ordenador, poniendo algo de música, no muy alta, para entretenerme mientras sacaba algunas cosas más de las maletas: mis estuches de maquillaje, la plancha del pelo, el cepillo... Luego me acerqué al ordenador de nuevo y lo conecté al Wi-Fi de la residencia. Solo unos segundos después, ya tenía varias notificaciones en Skype, de algunos amigos de San Francisco hablándome, así que respondí tan rápido como pude, y luego me puse a hacer varias vídeo llamadas, apenas llevaba un día fuera y ya les echaba de menos. Y estaba segura de que iba a echarles muchísimo más de menos si la persona a la que más iba a ver era a aquel siniestro y violento chico que no quería saber nada de mí. De pronto, mi mejor amiga, Alex, envió una solicitud de vídeo llamada, así que de inmediato la acepté, cerrando las demás. Al ver el cabello rizado de mi amiga, sonreí inmensamente, contenta de verle. — ¡Hola, Marie! – exclamó – Dios, ya te echo tanto de menos. Esto está tan vacío sin ti. — Aw, yo también te echo de menos, Alex. Ojalá hubieras podido venir conmigo. — Te aseguro que no habría nada que me hubiera gustado más. Pero bueno, cuéntame... ¿qué tal el viaje? — Eterno... sabes que ir en avión es muy pesado – hice una mueca, ella asintió dándome la razón –. Pero bueno... cuando he llegado no hacía mucho frío, por suerte. Quiero decir... no es San Francisco, pero pensaba que me helaría, la verdad. — ¿Y la universidad? ¿Ya has ido a verla? — No, he llegado muy tarde. Iré mañana ya para empezar las actividades de semana de bienvenida. — ¿Y la residencia? ¿No me dejarás de hablar porque tienes una compañera de cuarto británica súper cool, verdad? — Que va... eso no pasará ni en años... A parte de porque te adoro, porque no tengo una compañera, tengo un compañero. Y no puedes imaginarte el miedo que da. — ¡Qué exagerada eres! – rió ella. — ¡En serio, Alex, da miedo! ¡Parece un... caballero oscuro! – le dije, llevando el portátil hasta la cama y sentándome en ella con el ordenador sobre las piernas. — No puede ser para tanto – carcajeó. — Sí, sí lo es. Además me odia, ¡y ni sé por qué! – protesté. — Dale tiempo y ya verá que eres adorable – dijo con una sonrisa, tratando de hacerme sentir mejor –. Y... ¿está bueno? – preguntó a la vez que movía sus cejas. — Hm, no sé... Definitivamente, no es mi tipo. Pero no está mal, siendo honesta. Es bastante alto, pelo oscuro y rizado. Ojos verde claro... voz grave y bueno... no tiene mal cuerpo. — ¿Te gusta? – rió – ¡Por eso quieres caerle bien, porque te gusta! Sabes lo mucho que te gusta enamorarte a primera vista de cualquier chico que se cruce en tu vida, Marie. — ¡Claro que no! – exclamé – ¡No digas tonterías, Alex! — Está bien, está bien... – dijo riendo – Oye, tengo que irme ya. Hablamos pronto, ¿vale? — Vale – murmuré con un puchero –. Te quiero mucho. — Y yo a ti. Suerte con tu caballero oscuro – sonrió, guiñándome el ojo antes de colgar.

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